Imagínate: un piano. Las teclas empiezan. Las teclas acaban. Tú sabes que hay ochenta y ocho, sobre eso nadie puede engañarte. No son infinitas. Tú eres infinito, y con esas teclas es infinita la música que puedes crear. Ellas son ochenta y ocho. Tú eres infinito. Eso a mí me gusta. Es fácil vivir con eso. Pero si frente a mí se extiende un teclado con millones de teclas, millones y trillones, millones y trillones de teclas, que nunca se terminan y ésa es la verdad, que nunca se terminan y que ese teclado es infinito… Si ese teclado es infinito, entonces en ese teclado no hay una música que puedas tocar. Te has sentado en un taburete equivocado: ése es el piano en el que toca Dios. La tierra es un barco demasiado grande para mí. Es un viaje demasiado largo. Es una mujer demasiado hermosa. Es un perfume demasiado intenso. Es una música que no sé tocar.
(Alessandro Baricco, Novecento)
Si la tierra parece demasiado grande es porque la miramos desde el suelo. Allí hay tantas personas posibles, tantos empleos probables y tantos destinos potenciales, que el vértigo y su carrusel puede paralizarnos. El miedo a equivocarnos, el miedo a un traspié y a una caída, el miedo al miedo nos llevan a la inacción, al bloqueo.
Entonces, debemos volar.
Desde esta nueva perspectiva, comprobaremos que si la tierra parecía demasiado grande era porque no la habíamos mirado desde el cielo. Allá arriba, sin ruido, sin prisa, sin nadie, la inmensidad no nos ahoga. Muy al contrario: se respira mejor mientras se abraza una nube. No hay que mirar abajo, no hay que tirarse, no hay un hay que. Sólo se trata de abandonarse un poco y dejarse caer. Al hacerlo, se nos aparece el exorcista del vértigo y es el tiempo, el viento y las cuerdas del paracaídas quienes eligen nuestro destino: dónde aterrizamos, dónde vivimos, en qué trabajamos y con quién lo compartimos.
Demasiado grande; demasiado largo; demasiado hermoso; demasiado intenso. La vida, una música demasiado valiosa. Si el vértigo no te dejar tocar la tuya, comienza por escuchar la de otro, báilala con él, disfruta de su perfume cuando esté cerca, muy cerca y abra su paracaídas para ti. Así recordarás cómo hacerlo. ¡Buen vuelo!